Al final de cada Bienal de Arquitectura, lejos de los ojos de los visitantes, toneladas de materiales de las exposiciones son transportadas por Venecia en carritos de mano y barcos. Solo una fracción de esos materiales es reutilizada. La principal razón es la escasez de espacios de almacenamiento en la ciudad y los altos costos logísticos — desafíos recurrentes de la arquitectura circular. Como resultado, la mayor parte de los residuos acaba siendo destinada a vertederos o centros de reciclaje cercanos. Pero esta realidad está a punto de cambiar. Ante las crecientes preocupaciones ambientales, los arquitectos se han esforzado por desarrollar estrategias que hagan posible la reutilización de esos materiales. Procesos que involucran no solo decisiones arquitectónicas y constructivas, sino que también abarcan cuestiones de logística y comercio internacional.
Entre costas, ríos, lagos y cordones montañosos, el entorno natural de España reconoce una gran variedad de climas, topografías y especies de vegetación. Buscando impulsar el reconocimiento global del impacto de la construcción sobre el medio ambiente y la importancia de atender al cambio climático desde nuevas maneras de crear arquitectura, varias prácticas arquitectónicas y equipos de investigación se plantean diseñar cabañas o prototipos de alojamiento en pequeñas dimensiones. Mientras son capaces de integrarse armoniosamente con su contexto natural circundante, demuestran al mismo tiempo estrategias de autosuficiencia, aprovechamiento de recursos y maximización de los espacios como así también amplias aplicaciones de tecnologías de innovación y resoluciones materiales acordes a cada región.
Nicolás Valencia conversa en Lima con el arquitecto mexicano Jesús López sobre ATEA10, publicación ganadora de la BIAU 2024 que celebra los diez primeros años de Atea, una plataforma multidisciplinaria de producción y experimentación en el barrio de La Merced en Ciudad de México.
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Diagrama esquemático para desarrollar una sección de muro basada en tectónica eco-resiliente.
Se acepta comúnmente que la aparición de musgo o vegetación en la superficie de un edificio es un signo de negligencia, deterioro o mal mantenimiento. Y esta suposición no es del todo infundada: pequeñas grietas en materiales tradicionales pueden llevar a la infiltración de agua, puentes térmicos o incluso patologías estructurales. Pero, ¿y si esta presencia orgánica no fuera un defecto, sino el resultado de la coevolución entre la arquitectura y el entorno? Esta inversión de perspectiva fue anticipada magistralmente por Lina Bo Bardi en la Casa Cirell, en São Paulo, donde los musgos, orquídeas y vegetación espontánea eran parte de la intención arquitectónica desde los bocetos iniciales. El uso de revestimientos de piedra cruda y superficies expuestas permitió que la casa se integrara en el terreno. Proyectos más recientes han profundizado aún más esta relación entre la materia construida y la vida vegetal, como los jardines verticales de Patrick Blanc y el Bosco Verticale de Stefano Boeri, que transforman fachadas en ecosistemas verticales, redefiniendo el envolvente arquitectónico como una infraestructura viva capaz de filtrar contaminantes, absorber calor y fomentar la biodiversidad.