
Por muchos siglos, las demandas propias de la gravedad parecían haberle dado a la arquitectura una condición incuestionable: la estructura debía ser perfectamente vertical. Sin embargo, con la llegada del acero se reveló que este criterio no había sido condicionado por la gravedad, sino por limitantes de índole tecnológico. En este texto originalmente publicado en Domus Magazine en italiano y compartido con ArchDaily por el autor, Alberto Campo Baeza reflexiona en torno a la libertad arquitectónica y soltura espacial que entregan hoy ciertas estructuras alternativas.
Isaac Newton estaba tumbado en su jardín debajo de un manzano cuando le cayó una manzana en la cabeza. Como tenía una cabeza privilegiada y un pensamiento más rápido que el rayo, se levantó de su siesta y se puso a calcular la aceleración de la gravedad.
Si Sir Isaac Newton hubiera tenido más paciencia y hubiera tardado un poco más en levantarse, se hubiera fijado en cómo, tras la manzana, también cayeron unas hojas del mismo manzano. Y aunque caían, lo hacían de manera muy distinta a la manzana.