¿Cuándo nace y muere la arquitectura?
Con frialdad analizamos la edad de las edificaciones, y pronosticamos su muerte, desde la “vida útil de sus materiales”, alejándonos de lo emocional. La arquitectura persigue despertar sentimientos en aquellos que la habitan. Curiosamente esos sentimientos son los que mantienen una construcción viva.
Una vivienda vacía se encoge y envejece sin remedio, como un anciano abandonado a su soledad. Una estructura olvidada, se esconde entre las sombras de la ciudad. Una pieza estropeada se rechaza y aparta para amontonarse en los rincones indeseados de nuestras calles.
Siendo sensible a la fragilidad de las construcciones y materiales desdeñados, sin valor aparente, casi mutilados, el artista de Los Ángeles, Tom Fruin, compone su obra como un Frankenstein loco, dando vida a nuevas construcciones a base de pedazos de elementos muertos.
El resultado son estructuras como hitos urbanos, a medio camino entre la arquitectura y la escultura, donde luz y color sazonan un conjunto minimalista, alegre, funk, vital.
Sus principales obras son el Kolonihavehus (2010), actualmente itinerante por distintas ciudades europeas, y el Watertower (2012-1013). El primero ofrece una puesta en escena escultórica resultado de la unión de un millar de piezas recuperadas de plexiglas y acero, re-creadas para lograr una obra de arte. Según explica Tom, la obra toma su nombre e inspiración de la Kolonihavehus de Copenhague: una modesta caseta de jardín pensada para dar a los trabajadores estatales un refugio en el que mejorar las limitadas condiciones de vida en la ciudad. Ubicada originalmente junto a la Biblioteca Real Danesa en Copenhague, Dinamarca, la instalación se perfila formalmente como una simple casa, pero acicalada con una piel vítrea vibrante.
El segundo, Watertower, acapara ahora las miradas de los neoyorquinos, situándose en una antigua torre de agua sobre un edificio de Brooklyn. Esta nueva pieza que cambia la escena del Down Under the Manhattan Bridge Overpass, se creó para el DUMBO Arts Festival de Brooklyn, barrio en el que el artista vive y basa su obra. Watertower se compone así de aproximadamente mil trozos de plexiglas recuperado y recolectado por diferentes partes de Nueva York, usando, por ejemplo, desechos de las tiendas de Chinatown.
“La luz y el color son, por supuesto, cuestiones inseparables. La propia luz puede ser cualquier color; el vidrio coloreado cambia la luz que lo atraviesa; el color aparente de los objetos varía según el color de la luz que incide sobre ellos […]. El color no es solo una cuestión de decoración o de creación de lugares con una atmósfera especial. El color juega un papel importante en el reconocimiento de un lugar.” [El color y Luz en Arquitectura]
Al igual que las vidrieras de las iglesias renacentistas significaron un nuevo lenguaje plástico casi pictórico favorecido por los interiores iluminados con luz clara, diáfana y natural, la obra de Fruin se llena de vida, y significa también un renacimiento.
Así, estas intervenciones proyectan un nuevo lugar: generan iconos alegres y centralizadores de actividad a su alrededor, creadores de sensaciones en su interior, pintores de imágenes cambiantes según los movimientos del sol durante el día o la iluminación artificial durante la noche. Un positivismo casi naif que se opone a las sombras del abandono.