
Durante años se pensó que para mejorar la eficiencia y productividad de los empleados el entorno de trabajo debía ser diseñado según la tradición taylorista: espacios abiertos, despojados y anónimos que posibilitaran el control y evitaran las distracciones. Hoy se ha demostrado lo contrario: una oficina enriquecida impacta en la motivación, el compromiso y, en consecuencia, en el rendimiento de las personas.